Manifiesto para Desnaturalizar el Homicidio desde el periodismo y sus medios
Introducción
La campaña de NoCopio nación en el 2015 y se integró a la plataforma continental de Instinto de Vida en el 2016. La campaña -como las y personas y colectivos vinculados- buscan una reducción de los homicidios y privilegia la tesis del cambio cultural para que esta reducción sea sostenible.
Nos hemos reunido entre periodistas, directivos de medios (formales e independientes) de Antioquia y miembros de la campaña de NoCopio (entre los que hay investigadores sociales), para plantear algunas ideas y compromisos sobre el cubrimiento de la violencia homicida.
Una propuesta minimalista desde el periodismo.
Hemos acordado desde el principio el respeto por el estilo, historia y propósito de cada medio de comunicación y por el oficio del periodismo y la libertad de prensa.
El periodismo requiere ser de interés, oportuno y viable. En tanto hay que medir lo que se puede hacer en pocas horas de levantamiento de información y pocas horas de redacción (de textos y guiones).
No podemos caer en un embellecimiento o un academicismo que elimina la virtud de la inmediatez y concreción propia del periodismo. Se tiene que convivir con un margen de error propio del ritmo en el quehacer cotidiano en los medios y no se puede desconocer lo que es y no es noticioso. Las noticias de criminalidad, violencia y seguridad tendrán que seguir existiendo con su crudeza intrínseca, así como la crónica roja; estamos intentando un alejamiento del amarillismo y la sobre-interpretación.
Empezamos un proceso que parte de un manifiesto general, pero que requerirá de varios manuales -editado según cada medio-, que luego esperamos pueda ser discutidos en los pensum de las universidades-, teniendo en cuenta fórmulas en los tiempos y funciones concretas de los medios para evitar malentendidos, errores no intencionales y mejoras en el lenguaje verbal, sonoro y visual.
Nos parece definitivo encontrar -más adelante en un proceso- técnicas, manejo de fuentes y de lenguaje en cada sala de redacción.
Reconocemos la evolución y tradición del periodismo y tenemos toda la disposición en este ejercicio de reconocer buenas prácticas anteriores a la campaña de NoCopio y buenos ejemplos venideros sin necesidad de una vinculación. En este proceso necesitamos de la inteligencia colectiva que hay en tantos periodistas en Colombia y la multiplicación de referentes -haciéndonos conscientes de los medios con los que contamos-.
Nos motiva la idea de la función social del periodismo -haciéndonos conscientes de un fenómeno y su mecánica, así como motivando la imaginación sobre su solución-. Todos estamos aprendiendo y no estamos afuera o por encima de un proceso histórico que nos ha llevado a naturalizar la violencia.
Limitaciones de fuentes y de datos
En la información de homicidios Medellín ha tenido un avance significativo gracias a una Policía bastante profesional, una herramienta pública como el SISC y la misma experiencia de los periodistas colombianos para cubrir violencia. Sin embargo, hay muchas limitaciones en los datos -que sufren clasificaciones que no se adaptan a realidades complejas- y que surgen del levantamiento que hace un policía muchas veces joven y muchas veces fatigado. Tanto los trámites de la información como los testimonios mismos, están atravesados por percepciones distorsionadas y también por prejuicios.
Aunque los datos médico-legistas son muy completos, los datos de indagación social cuentan con pocos testimonios y tienen una aleatoriedad que no es rigurosa (sesgados por el momento y lugar del levantamiento del cadáver) y pueden llevar a la construcción de un relato muy incompleto sobre la víctima.
Entendiendo que el periodismo funciona con datos de interés, es importante explorar una combinación de datos que generen empatía -cuando sea necesario y posible hablar con los allegados de la víctima- y la respuesta institucional integral y continúa.
Conceptos subyacentes en el proceso
Justificación y baja solidaridad
Tenemos un repertorio cultural que maneja muchas excepciones para que el homicidio sea admisible; esto ha perpetuado el arquetipo del homicida y -con esto- la solución de conflictos mediante la eliminación del otro y la existencia de grupos que tienen como fórmula clara de negocios y poder el homicidio.
Desplazar parte de la culpabilidad hacia la víctima es un hábito de pensamiento que dicta que hay algunos casos donde el homicidio es total o parcialmente justificable: “era un ladrón”, “el que a hierro mata a hierro muere”, “era un violador”, “estaba metido en un combo”, “andaba con los que no debía” o “tenía un negocio ilegal” o actúo en un momento de ira por una situación sentimental.1
Lo que ha pasado concretamente en Medellín, después de varios crispamientos muy fuertes -pero probablemente ninguno tan fuerte como el producido por el cartel de Medellín-, fue superar el miedo y pasar la página, apelando a una normalización (parcialmente cierta) donde la víctima de homicidio no se parece a mí, a mi sobrino o a mi tío. Ese fue un recurso de la sicología colectiva comprensible, pero también un camino para romper una solidaridad importante -que avanzara en un proceso de reducir mucho más el espacio cultural del homicidio-.
Hoy la violencia es mucho menor, pero también tenemos un estancamiento. Esas dos situaciones de superación y estancamiento hacen necesario romper la indiferencia sobre los que son hoy la víctima de homicidio y posible que la solidaridad sea la respuesta ante el miedo y conmoción que produce la idea del homicidio.
Los jóvenes y los estigmas que los “destinan” a morir y asesinar
Nos atrapa en Latinoamérica la concepción de que hay jóvenes destinados a la violencia que nunca cambian. Estos jóvenes son de periferia y pobres y sobre ellos recaen unos fuertes estigmas que ayudan a reforzar la exclusión física y económica.
Estos jóvenes en Medellín -que tienen un perfil sociodemográfico similar al de toda Latinoamérica- son profundamente marcados por una etapa de la vida, a veces por su actuación en semanas, porque no se le concede lo que en sabiduría popular llamamos “quemar etapas” y que en la pedagogía o ciencia se puede determinar como que una persona a los 17 años puede ser muy distinta a lo que fue a los 14 años. Encontramos ligado a esto, la forma como se define a una persona por sus antecedentes judiciales, pero también una percepción muy fuerte en el mismo vecindario sobre reputaciones imborrables, muchas veces de igualación de consumidor igual a drogadicto y drogadicto igual a delincuente; o risueño y fiestero igual a dañino y dañino o bromista igual a pandillero.
Debemos hacernos conscientes que una misma actividad o temperamento de un adolescente es interpretado -y manejado- de forma muy distinta dependiendo de la clase social: un joven en un barrio de Medellín como Zuñiga (en el Poblado) es interpretado de forma muy distinta a un joven de La Palma en Altavista por un policía, por otro tipo de funcionario e incluso por su mismo vecino.
Los estigmas en las víctimas de homicidio -particularmente en los jóvenes- son profundos y extremadamente severos: pueden llegar hasta los extremos de clasificarse por el lugar donde están, por expresiones tan inequitativas como “no tenía porque estar en la calle a esa hora” y se construyen con las complejidades de espacios dominados por el crimen como que uno de los miembros del grupo criminal es un primo, consume mariguana, frecuenta espacios dominados por el crimen como una plaza de vicio, un bar o un billar.
Lo cierto es que a través de una etnografía (Casa de las Estrategias, 2016) podemos comprender que sí son asesinados jóvenes involucrados en el crimen, pero también -y no en menor proporción- jóvenes que no lograron tener buena relación con los actores criminales. Lo que tienen en común los jóvenes asesinados es el lugar de influencia criminal donde se encuentran, un muy mal lugar para solucionar un altercado. Este tipo de criminalidad en Medellín -territorial y con amplio involucramiento de adolescentes- vive de la noción de que hay pelados desechable que pueden ser carne de cañón.
Aquí es muy importante anotar que sólo 8,8% de los jóvenes víctimas de homicidio tienen algún tipo de antecedente judicial (Casa de las Estrategias, 2017).
También, que nuestro hábito de pensamiento sobre el homicidio es tan marcado que una víctima de homicidio de clase media o de clase alta que es asesinada (sino se tiene información sobre un un atraco) empieza a ser igualmente sospechosa de alguna actividad ilícita.
Sin censura y en la Noviolencia
Responsabilizar al homicida (y nunca culpar a la víctima) se puede hacer desde la Noviolencia, desincentivando la rabia y la venganza, y dejando claro que ni siquiera el homicida merece la muerte.
Un impacto colateral maravilloso en este proceso sería combatir la idea del linchamiento y de ejecuciones extrajudiciales.
Propósito
- Queremos lograr una red con la mayoría de medios formales de Antioquia y una buena cantidad de periodistas y de medios alternativos en el 2018.
- En el 2019 queremos suscribir un pacto nacional y asociarnos con otras organizaciones y redes en Latinoamérica para generar una reflexión regional.
Fuentes
- Casa de las Estrategias (2017). Los jóvenes destinados al Homicidio en Territorios y Sociabilidades Violentas (Jorge Giraldo Ed). EAFIT: Medellín.
- Datos aportados por el Sistema de Información para la Seguridad y la Convivencia de la Alcaldía de Medellín.
- Reunión 28 de Septiembre de 2017, Café de Otraparte.
- Frente al feminicidio, creemos que es muy grave la visión del victimario, pero esperamos que ya no sea parte del repertorio cultural dominante (o del relato público) justificar el asesinato de una mujer por una sospecha de infidelidad.