Juan Pablo Jaramillo

Tenía cara de niño regañado, de los que no matan ni una mosca. Ocultaba sus ojos con gorras, pero en la oscuridad que daba la sombra de la gorra sobre su cara, estaban unos ojos que uno quería ver, descubrir lo que decían de él, ¿por qué los ocultaba tanto si eran tan lindos? Negros, serenos, y de un brillo único… Uno sabía que tenía un secreto, que se llevó algo que no quiso o no pudo compartirle al mundo… Pasaremos muchas noches intentando descifrar, queriendo tener solamente un minuto más con él para preguntarle qué ocultaban sus ojos.

Quizá en algún momento nos dio una pista, alguna vez dijo: “La realidad de las calles es muy distinta a lo que muchos creen…”

Sí, conocía la calle y ella fue la que le enseñó esa cosa extraña que ya no podemos saber qué era…

Pero Juan Pablo, el de los ojos hermosos, no solo dejó incógnitas… A su madre, Luz Mary, le dejó más que recuerdos:

“Acá con mera tristeza, día a día se siente más el Vacío”.

“Hijo, desde que partiste solo he tenido un vacío muy grande. Tú sabes cuánto te amaba y no me he podido acostumbrar a estar sin ti. Los días y las noches son largas porque no te tengo, pero Dios me ha dado valor de ir viviendo este ratico de vida mientras volvemos a estar juntos”.

En esas cinco palabras se esconde un abismo… ¿Vacío? ¿A qué se le llama así?

Es esa vaina en el estómago y en el alma que no duele pero desespera, que llega cuando viene la imagen del ser perdido a la cabeza, que hace desaparecer todo lo que tenemos dentro… Por un momento quedamos sin órganos, sin dolor… Quedamos en la nada.

La sensación de vacío nos acompaña toda la vida: cuando quebramos el vidrio del vecino y sabíamos que era pela fija. Cuando no llegó la menstruación, teníamos quince años y el primer noviecito. Cuando abrimos la nevera y no encontramos nada, sabiendo que los bolsillos estaban iguales; pero el vacío solo nos lleva a la nada cuando somos conscientes de que hemos caminado siempre hacia un lado y no hacia adelante… Luz Mary lo supo cuando creyó que le había cogido el tiro a la vida y que Dios la recompensaría por su camino, pero de repente Juan Pablo no estaba, ni su cuerpo, ni su risa… Ya no caminaba por la casa, no desayunaba con ella ni compartía los resultados de los partidos de Nacional en la mesa… Una parte del mundo, de su mundo no volvería; y ahí llega como un relámpago extraño que solo golpea cuando en el primer momento, pero después es suave e inunda el cuerpo: ya no se espera nada de la vida… Y pareces flotar.

Pero la nada todavía tiene más para enseñarnos: el destino de todos es irnos, porque la muerte nos pasa tan cerquita que por poco nos susurra: volveré, quizá por él, por ella o por ti. En este punto en que no se espera nada de la vida, eso se convierte en la esperanza para Luz Mary: “Has partido de este mundo pero en mi corazón siempre estarás. Yo tengo fe que esta separación es momentánea porque cuando Dios quiera nos volverá a juntar; hijo, esto no ha sido fácil para mí, pero nadie como Dios, bendito y alabado sea Jesús en el santísimo sacramento del altar, sea siempre bendito y alabado mi Jesús sacramentado, mi dulce amor y mi consuelo; quien te amara tanto que de amor muriere. Hijo, tú siempre lo sabías, que eras algo muy precioso en mi vida, te amaba y te amaré por siempre”.

Y si Luz Mary no puede ir pronto porque Dios aún no lo ha designado así o porque no ha llegado su día, le gustaría que él viniera, así fuera un día para charlar mucho, mirarlo tanto que nunca se le olvide cada facción, gesto, para escucharlo tanto que siempre su recuerdo tenga su voz.